Sin ellas, simplemente, no estaríamos aquí. Las hemos fotografiado en múltiples facetas: cuando ven a su bebé en la ecografía o en el mismo momento del parto (aunque en este caso, no sé ni cómo tuvo el valor de hacerla).
Muchas nos dicen, antes que a sus propios familiares, que están embarazadas para poder hacerles las fotos desde el primer mes, algunas vienen acompañadas de los hijos que ya tienen y otras se visten de Segoviana junto a sus hijas.
En todas ellas se ve la ternura, el amor hacia sus hijos, las miradas cómplices que se vuelven más intensas según pasan los años. Y cuando llega el momento de la boda de un hijo o de una hija la complicidad se vuelve orgullo. Miradas que dicen Si tú eres feliz, yo lo soy contigo. Porque en eso se basa el amor de una madre. En alegrarse cuando un hijo está feliz, y apoyarle cuando no lo esté tanto.
Madres que ayudan a vestir a sus hijas en el día más feliz de su vida, madrinas de boda orgullosas de sus hijos, abuelas de los novios que se emocionan al ver a sus nietos e hijos pendientes de ellas desde los bancos de una iglesia. Madres de amigas que abrazan desde el cariño... Y las que no están. Las que han dejado un hueco irreemplazable que siempre estarán presentes de una u otra manera.
También queremos acordarnos de las madres que tienen que seguir siéndolo sin ganas de ello porque su motivo principal no está. Conocemos a muchas, y alguna muy joven. A todas ellas, desde Gran Angular les queremos rendir este pequeño homenaje.
Un encanto de madres...